Navidad_relato costumbrista por María Rosa Hernández

“Cuento de Navidad”

Confiados en los cuentos de sus abuelos, subieron a la terraza.
Era Nochebuena y la Estrella de Belén pasaría cerca de allí. Juntaron muchos globos, de todos los colores y brillos y se sentaron a esperar.
La incredulidad por un lado y la sorpresa por otro, hicieron lo suyo; la Estrella de Belén recogería los globos, dejando en su lugar mensajes de otros universos.
Amanecía cuando despertaron, los globos no estaban y los mensajes tampoco; pero el regocijo interior de la vigilia les había abierto el camino de la esperanza.

Recuerdos de Navidad.
Hoy al pasar por el lugar de costumbre para recorrer las vidrieras de la Galería, los vi: jazmines del cabo.
Tantìsimos años hace que el vendedor de flores se estaciona en la puerta. Inconscientemente, en esta época lo busco. Su canasto rebozaba de pimpollos envueltos en papel plateado,  inundando el aire con su aroma penetrante y a la vez delicado.
Al comenzar el mes de diciembre y aunque haya pasado el tiempo, mi memoria continua impregnada de su perfume oloroso y mis sentidos acaparan los recuerdos desperdigados.
Los jazmines despiertan en mí vivencias lejanas,las de mi niñez. Anticipaban las vacaciones escolares, la Navidad, la lectura del Patoruzú de Oro; deleite en las siestas calurosas y de riguroso silencio… la juntada con las primas.
La ceremonia de la siesta la organizábamos en el piso del pasillo colector de cocina,  baño,  patio,  y dormitorio. Una manta junto con la almohada cubrían las baldosas lustrosas y frescas.
Ya se avecinaban también los momentos de preparativos ansiosos y alegres. Reinaba el ajetreo y los chicos andábamos alborotados con el arbolito, los regalos, la llegada de los Reyes,  y como si fuera poco, se sumaban entremedio los sonidos de la radio; la orquesta de D’Arienzo,  cantaban Lolita  Torres,  Mario Lanza, Tito Schipa  y  por supuesto  los Niños Cantores del Gordo de Navidad. ¡Ah! Y no podían faltar los interminables ejercicios musicales de mi prima Marta al piano para  asegurar una buena presentación del examen final de teoría y solfeo.  Por supuesto,  todos íbamos al Teatro Coliseo, conteniendo la respiración por los atuendos almidonados y  previendo  el aburrimiento durante la seguidilla repetitiva de sus compañeros.
Entretanto, había que preparar los regalitos artesanales para colocar en el arbolito. Cosíamos ropa para muñecas, ropa para los más pequeños y delantales para las niñas que, agregados a escobitas y plumeritos, nos advertían sobre nuestra función ineludible de amas de casa.  Los primos  recibían revólveres, autitos  y pelotas.
El armado del pesebre generaba todo tipo de discusiones: “que el pato va allá”, “no, que el espejo para el agua se rompió”, “las figuras deben caminar como los Reyes para acercarse al lugar del Nacimieto”. Con el paso de los días de fiesta hasta culminar el 6 de enero, los pliegos de papel marrón se ajaban para el armado de montañas, para darles el aspecto rocoso y multiforme.  Las velas blancas iban montadas sobre broches metálicos para ajustarlas a las puntas del pino.
La sencillez,  la sensibilidad, primaban,  y alcanzaban para crear un atmosfera de felicidad duradera para enfrentar al resto del año.

Las piezas del rompecabezas de las imágenes se fueron desarmando para dar lugar al crecimiento inexorable de nuestras vidas, pasando a la adultez. Pero siempre estará allí, para armarlo nuevamente cuando queramos unirnos en el espacio y en el tiempo, renovando y enriqueciendo los recuerdos venideros y la fantasía.

María Rosa Hernández

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