“Gordote de barba blanca y
algo más”
Ya estaba próxima una nueva Navidad,
una más, y con su llegada volvían a mi mente muchas de las ya vividas. Aquellas
que, siendo niña, pasaba lejos de mis padres, junto a mi hermano, en casa de tíos
y abuelos, con características especiales como no ver la llegada del gordote de
bigotes blancos, con anteojos y sonriendo como solía verlo en las vidrieras
navideñas. Recuerdo que los regalos aparecían de sorpresa el 25, al pie del
pino navideño.
Otras, las pasábamos juntos
en familia, esas sí que las recuerdo con alegría y ese gordote de bigotes
blancos y sonrisa pronunciada aparecía dentro de la estufa a leños que había en
la casa.
Pasé muchas Navidades,
algunas tristes, otras felices. Por eso, ya de grande adopté la figura del
gordote de bigotes blancos y a partir de la llegada de la primer pequeñita a la
casa sentí felicidad de ver en sus ojitos negros, redondos como dos uvas, el
asombro ante la presencia de semejante personaje.
Al pasar los años, a ella se
sumaron sus hermanos que también se sorprendían con su llegada. Un tiempo después,
los primeros retoños de nuestro propio árbol navideño y allí mi felicidad fue
aún más grande, ya que eran muchos los ojitos, sonrisas, miedos y alegrías que
se repetían cada Navidad.
Los años pasaron, el gordote
de bigotes blancos continúa con la misma alegría y felicidad de ver esos
rostros, algunos ya grandes y compinches de su llegada,
De la mano de sus propios
pequeños, la felicidad y la magia aún persisten a pesar del transcurso del
tiempo. A esta altura ya no son tantos los ojitos que miran con asombro. Pero sí
los suficientes para que continúen las ganas de ser por un ratito, ese gordote
de bigotes blancos, con anteojos y sonrisa pronunciada para seguir descubriendo
en ellos tanto amor, ternura e inocencia con que esperan su llegada al son del
“jo jo jo, feliz Navidad”, acompañado del tilín tilón de su campanita, cargando
su bolsa de ilusiones al hombro, a través del pasillo del jardín. Por él corren
a su encuentro, con esos ojitos
impregnados de temor y alegría, de asombro y felicidad. Detrás, están los
grandes que, seguramente, recordaran al mismo gordote de bigotes blancos, con anteojos
y sonrisa pronunciada que no dejó de visitarlos una sola Navidad.
María Emilia Murillo
Hermoso!!!Hace 44 años que ese adorable personaje visita nuestra casa sin interrupciones y creo que cambió de indumentaria solo porque el atuendo que trajo los primeros años era demasiado abrigado para el hemisferio Sur
ResponderEliminarHermoso!!!Hace 44 años que ese adorable personaje visita nuestra casa sin interrupciones y creo que cambió de indumentaria solo porque el atuendo que trajo los primeros años era demasiado abrigado para el hemisferio Sur
ResponderEliminar¡Bellísimo relato, Emily! Hermoso testimonio de años idos. Felicitaciones!
ResponderEliminarHermoso relato con los recuerdos de la ninez y la alegria del presente bendecido por una familia amorosa. Felicidades!!
ResponderEliminarHermoso relato con los recuerdos de la ninez y la alegria del presente bendecido por una familia amorosa. Felicidades!!
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