María Murillo, Irene Farias, Nidia Calzada: cuento en colaboración

 Cuento realizado en colaboración: María Emilia Murillo, Irene Farias y Nidia Calzada.

            Era una oscura noche. Las habitaciones esperaban a sus huéspedes en la planta principal de la residencia. Para llegar a ellas había que atravesar por una pequeña escalera de solo cinco escalones que crujían al posar los pies sobre ellos. Esa era la señal de que, poco a poco, las camas se iban ocupando por los residentes.
Juan era quien contabilizaba las crujidas y sabía cuántos eran los que ya descansaban. Esa noche faltaba ocuparse una de las camas que, según al oído del mayordomo, era el más pequeño que aún no había subido a descansar. Eso produjo inquietud y preocupación en él.
Decidió esperarlo. Sabía de las travesuras de Monchito. No era la primera vez que lo inquietaba. Recordó cuando estuvo buscándolo más de dos horas por la isla. Si bien Juan, a pesar de su ceguera, se movía con excelente dominio en el terreno, no le gustaba salir de noche. Para sus ojos era lo mismo, pero no así para su seguridad porque muchachotes que llegaban al embarcadero por la mañana solían quedarse vagando durante la noche para hacer de las suyas.
Sonó la campana del reloj. Se levantó, tomó su bastón, se acercó a la cocina.
-Lionel, salgo a buscar a Monchito.
Mientras salía hacia afuera, se le cruzó la vaga extrañeza de que su hermano no le hubiera respondido. Pero toda su atención de inmediato, estuvo puesta en los ruidos de la isla.
Avanzaba por el sendero de la entrada, cuando su bastón se chocó con un objeto. Se detuvo, se agachó para tocarlo y sus manos recorrieron la forma de un cuerpo.
Un escalofrío lo paralizó, temió lo peor. Hizo un nuevo reconocimiento del cuerpo. Aliviado comprobó que tenía un hálito de vida y que no era Monchito, tampoco su hermano. Pero entonces, ¿quién era? Sangraba del lado izquierdo a la altura del estómago. Su corazón aún latía. Como pudo regresó a la residencia a pedir ayuda. Al no encontrar a Lionel, le pidió a un huésped que llamara a la policía y al hospital. Regresando junto al herido comprobó que ya estaba sin vida. Arancibia, que lo acompañaba, buscó entre sus pertenencias a fin de encontrar algún documento. Solo tenía un poco de dinero. No había documentos.
Juan dejó a Arancibia en espera de la policía y fue en busca de Moncho en compañía de otro de los huéspedes. El miedo dificultaba su andar. ¿Dónde estaba el pequeño y dónde su hermano Lionel?
Dando voces en la noche, llegaron al embarcadero. De una vieja barcaza asomaba la cabeza de Moncho quien al verlos salió corriendo hacia ellos. Luego de calmarse, contó que, regresando a la residencia vio cómo en el camino dos hombres discutían. Muy asustado no vio más. Corrió desesperado y se escondió en la barcaza.
-Ya te he dicho que no debes andar por la isla de noche. Sos un desobediente. Regresemos que algo grave ha pasado. Te vas a tu cuarto. Este asunto no es para chicos.
Al llegar a la residencia, ve que está Lionel.
-¿Dónde estabas, Lionel? Ya estarás al tanto de todo…
-Estoy al tanto. Hace unas horas cuando noté que Moncho no estaba salí a buscarlo. Yendo por el sendero hacia el río, vi cómo dos hombres discutían acaloradamente. Me acerqué tratando de que no me vieran y poder reconocerlos. En eso estaba cuando escuché que uno de ellos decía:
“-Es hora de que Moncho sepa quiénes son sus padres.
-Eso me corresponde a mí. Vos no sos quién para romper un silencio de tantos años.
-Soy su tío y mi Ana ya no está. He viajado con la idea de ocuparme de mi sobrino. Él tiene derecho a saber quién era su madre, quién es su padre. Él tiene derecho a saber su identidad.
-Eso es algo que decidiré yo.
-Entonces hazlo porque no esperaré mucho tiempo para hacerlo yo.
-No te atrevas a meterte, te advierto que te irá mal.”
-Así fue, Juan discutían con ferocidad. Traté de acercarme un poco más tratando de reconocerlos. En eso estaba cuando uno de ellos sacó un cuchillo y lo clavó en el cuerpo del otro. Este cayó a tierra mientras el agresor salió corriendo y yo tras él. Cuando giró su cabeza pude reconocerlo. Era Martín Urquiza, el padre de Moncho.
-Pero Lionel… ¿qué decís? ¿Es que vos sabías quién es el padre de Moncho?
-Siempre lo supe.
-Y nunca dijiste nada.
-No lo dije porque no era el momento y siempre pensé en proteger a Moncho.
-Juan te pido que no hables con nadie sobre esto. Luego con calma te contaré. Ahora hablaré con contaré. Ahora hablaré con el comisario sobre este asesino. Veremos qué hace la justicia, Urquiza es el hombre más poderoso de la isla.
Al salir se cruza con Moncho que no ha obedecido la orden de ir a su cuarto.
-Moncho tomá algo caliente y andá a la cama.
-Pero yo quiero saber cómo pasó todo. Oí que uno de los hombres murió. ¿Quién era el muerto?
-La policía va a investigar. No es algo que a vos te importe en este momento.
-Es que quiero saber. No soy un bebé.
-No, sos un gran muchachito al que quiero mucho. Ya te contaré todo. Te prometo que te contaré todo. Palabra de honor.


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