El
cuadro estaba colgado en una pared del escritorio de Laureano. Una luz tenue
entraba por la ventana e iluminaba los ojos grandes del niño que comía uvas con
avidez.
Se quedó
mirándolo durante unos minutos. Luego comenzó a recorrer la habitación con la
mirada. Todo estaba ordenado prolijamente .Profusos estantes llegaban hasta el
techo albergando libros con lomos de letras doradas. Todo allí denunciaba la
presencia de un lector afortunado .En el sillón, un par de anteojos había sido
olvidado o quizá esperaban que los tomaran para seguir alguna fatigosa lectura.
Pero el
destino- o quien sabe qué- dispuso que nunca volvieran a ser utilizados .Un
grito de mujer lo hizo abandonar su
cómodo asiento y salir de la biblioteca
Tres
días le llevó encontrar el domicilio, como siempre su madre demandante por demasía lo instó a buscarlo. Hacía mucho
tiempo que había perdido todo contacto con su único pariente vivo, como muchas
veces sucede, las enemistades del pasado conspiran contra los encuentros.
Su madre
siempre reclamando y buscando la manera de hacerle la vida imposible a todos
los que la rodeaban se había empeñado en ir con él, trató de convencerla para
que no lo hiciera, inútil. Se coló en el asiento trasero del auto pero prometió quedarse allí.
Asuntos
de dinero y tierras, quedaron incautados por juicios eternos en poder de
abogados inescrupulosos, en eso su madre tenía razón.
Cuando
el ama de llaves le abrió la puerta sin mediar palabra alguna y le indicó que
pasara a la biblioteca, despacho de Laureano, sintió que algo estaba fuera de
lugar.
La
espera le resultaba insoportable, por eso se detuvo en la observación del
cuadro de Murillo, las colecciones de incalculable valor, seguramente costosas,
una fortuna.
Su pariente
aún no llegaba, y además se oían voces como si se estuviera llevando a cabo una
reunión privada y clandestina en alguna parte de la estancia, pensó, por el sonido quedo de las voces.
Salió y
pudo comprobar que no había persona alguna en los salones de la planta baja.
Corriendo atropelladamente mientras recomponía la situación de su presencia en
casa de Laureano, iba por los pasillos esperando escuchar nuevamente el grito
que lo sobresaltó y guiara su búsqueda.
Sin
embargo antes de llegar al hall de
entrada donde se encontraba la escalera de madera lustrada que llevaba a la
planta alta, pudo escuchar pasos que
bajaban por ella. Notó que eran varias personas
las que descendían. Su
instinto o su timidez hicieron que se
ocultara en el hueco que quedaba debajo de la misma, donde se sintió más seguro,
aunque no podía dejar de pensar en cuál sería la reacción de Laureano, cuando
descubriera que no estaba donde le habían indicado que lo esperara.
Desde
allí pudo ver a dos hombres enfundados en largos sobretodos, ambos cubrían sus
cabezas con sombreros negros, lo cual impidió que pudiera verles el rostro .Uno
de ellos, el que iba al frente llevaba consigo un portafolio de cuero, como los
que suelen llevar los hombres de negocios.
Espero
inmóvil unos momentos, cuando los hombres cerraron la puerta tras de sí, creyó
oportuno volver a la biblioteca, lugar de donde, su prudencia le decía, nunca
debería haber salido. Se paró frente a
la puerta del estudio mirando hacia la planta superior, seguramente su pariente
bajaría en cualquier momento. Sin embargo un impulso hizo que subiera las
escaleras para ir a su encuentro, ya había esperado más que suficiente, se dijo
para sus adentros.
Al
llegar al descanso se detuvo un instante desde donde estaba podía ver el
pasillo que lo conduciría a las habitaciones. Se preguntaba en cuál de ellas se
encontraría Laureano.
Subió el
último tramo y enseguida notó que una de las puertas estaba entreabierta, se
dirigió hacia ella con la seguridad de que era allí donde lo encontraría.
Sin
pensar en cómo se presentaría, la empujó hasta que esta se abrió completamente.
Se sintió sorprendido al no encontrar persona
alguna, a simple vista la estancia estaba vacía.
Enfrentando
la entrada se encontraba la ventana que estaba
de par en par abierta, algo muy extraño considerando el clima reinante,
el fuerte viento de otoño hacía que las
cortinas volaran de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro.
Era
evidente que la habitación daba aun jardín interno ya que en el marco de la
ventana se alcanzaban a ver una enredadera que se empecinaba en invadir el lugar,
Lentamente
se acercó a la ventana, la figura inerte de un cuerpo sin vida, con la cabeza estrellada sobre la fuente de
mármol lo dejó sin aliento. El agua
teñida de rojo hacía juego con las últimas hojas de la enredadera.
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