Irene Farias, María Rosa Hernández y Elsa Wade: cuento en colaboración



El cuadro estaba colgado en una pared del escritorio de Laureano. Una luz tenue entraba por la ventana e iluminaba los ojos grandes del niño que comía uvas con avidez.
Se quedó mirándolo durante unos minutos. Luego comenzó a recorrer la habitación con la mirada. Todo estaba ordenado prolijamente .Profusos estantes llegaban hasta el techo albergando libros con lomos de letras doradas. Todo allí denunciaba la presencia de un lector afortunado .En el sillón, un par de anteojos había sido olvidado o quizá esperaban que los tomaran para seguir alguna fatigosa lectura.
Pero el destino- o quien sabe qué- dispuso que nunca volvieran a ser utilizados .Un grito de mujer  lo hizo abandonar su cómodo asiento y salir de la biblioteca
Tres días le llevó encontrar el domicilio, como siempre su madre demandante  por demasía lo instó a buscarlo. Hacía mucho tiempo que había perdido todo contacto con su único pariente vivo, como muchas veces sucede, las enemistades del pasado conspiran contra los encuentros.
Su madre siempre reclamando y buscando la manera de hacerle la vida imposible a todos los que la rodeaban se había empeñado en ir con él, trató de convencerla para que no lo hiciera, inútil. Se coló en el asiento trasero del auto  pero prometió quedarse allí.
Asuntos de dinero y tierras, quedaron incautados por juicios eternos en poder de abogados inescrupulosos, en eso su madre tenía razón.
Cuando el ama de llaves le abrió la puerta sin mediar palabra alguna y le indicó que pasara a la biblioteca, despacho de Laureano, sintió que algo estaba fuera de lugar.
La espera le resultaba insoportable, por eso se detuvo en la observación del cuadro de Murillo, las colecciones de incalculable valor, seguramente costosas, una fortuna.
Su pariente aún no llegaba, y además se oían voces como si se estuviera llevando a cabo una reunión privada y clandestina en alguna parte de la estancia, pensó,  por el sonido quedo de las voces.
Salió y pudo comprobar que no había persona alguna en los salones de la planta baja. Corriendo atropelladamente mientras recomponía la situación de su presencia en casa de Laureano, iba por los pasillos esperando escuchar nuevamente el grito que lo sobresaltó y guiara su búsqueda.
Sin embargo antes de  llegar al hall de entrada donde se encontraba la escalera de madera lustrada que llevaba a la planta alta, pudo escuchar pasos  que bajaban por ella. Notó  que eran varias  personas  las que descendían.  Su instinto  o su timidez hicieron que se ocultara en el hueco que quedaba debajo de la misma, donde se sintió más seguro, aunque no podía dejar de pensar en cuál sería la reacción de Laureano, cuando descubriera que no estaba donde le habían indicado que lo esperara.
Desde allí pudo ver a dos hombres enfundados en largos sobretodos, ambos cubrían sus cabezas con sombreros negros, lo cual impidió que pudiera verles el rostro .Uno de ellos, el que iba al frente llevaba consigo un portafolio de cuero, como los que suelen llevar los hombres de negocios.
Espero inmóvil unos momentos, cuando los hombres cerraron la puerta tras de sí, creyó oportuno volver a la biblioteca, lugar de donde, su prudencia le decía, nunca debería haber salido.  Se paró frente a la puerta del estudio mirando hacia la planta superior, seguramente su pariente bajaría en cualquier momento. Sin embargo un impulso hizo que subiera las escaleras para ir a su encuentro, ya había esperado más que suficiente, se dijo para sus adentros.
Al llegar al descanso se detuvo un instante desde donde estaba podía ver el pasillo que lo conduciría a las habitaciones. Se preguntaba en cuál de ellas se encontraría Laureano.
Subió el último tramo y enseguida notó que una de las puertas estaba entreabierta, se dirigió hacia ella con la seguridad de que era allí donde lo encontraría.
Sin pensar en cómo se presentaría, la empujó hasta que esta se abrió completamente. Se sintió sorprendido al no encontrar  persona alguna, a simple vista la estancia estaba vacía.
Enfrentando la entrada se encontraba la ventana que estaba  de par en par abierta, algo muy extraño considerando el clima reinante, el fuerte  viento de otoño hacía que las cortinas volaran de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro.
Era evidente que la habitación daba aun jardín interno ya que en el marco de la ventana se alcanzaban a ver una enredadera que se  empecinaba en invadir el lugar,

Lentamente se acercó a la ventana, la figura inerte de un cuerpo sin vida, con la  cabeza estrellada sobre la fuente de mármol  lo dejó sin aliento. El agua teñida de rojo hacía juego con las últimas hojas de la enredadera. 

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